Para el primer número de la esperemos larga y fructífera vida de esta revista tenemos con nosotros a Hadi Kurich, director teatral de origen yugoslavo, exiliado de su país a raíz del conflicto bélico estallado en los Balcanes en la década de los noventa. Desde 1993 Hadi se instaló y formó en España su propia compañía. Director, dramaturgo y actor, incansable creador artístico, Hadi nos responde a algunas cuestiones acerca del teatro, de la guerra y de la vida.
Hadi, tu compañía; “Teatro de la Resistencia” ha cumplido los diecisiete años de andadura en España. ¿Cómo te sientes aquí? Imagino que la adaptación al entorno cultural de nuestro país no habrá sido fácil y que rápidamente habrás comenzado a encontrar e identificar las principales diferencias entre la evolución de los procesos de trabajo y las condiciones de creación en España y tu país de origen; la antigua Yugoslavia…
En principio, no existe una diferencia sustancial ni relevante entre ser un director o un actor en Yugoslavia, Rusia, Islandia o aquí, en España. Las herramientas que utilizamos para crear nuestro arte son las mismas, así que, en lo primordial, en lo artístico, no se siente uno desarraigado ni necesita especial adaptación. En cambio, lo que sí es distinto es la organización teatral.
En la Yugoslavia socialista todos los que trabajábamos en Teatros Nacionales éramos, a su vez, funcionarios del Estado: cobrábamos nuestros sueldos mensuales siempre y de por vida, y esto nos daba mucha tranquilidad y nos permitía mantener una inquietud artística elevada, sin estar pendientes de los resultados y beneficios económicos de nuestras creaciones. Sin embargo, dicha seguridad ha desembocado en cierto letargo que para muchos artistas ha significado la desaparición del afán e ímpetu por superarse.
En España, país marcadamente capitalista con el arte expuesto al mercado casi al 100%, las ganancias económicas, fruto del esfuerzo artístico, marcan la pauta, y esto, a menudo, lleva al desmesurado abaratamiento de los costes, a la disminución de los repartos y a la elección de obras fáciles de representar. No obstante, los artistas se ven obligados a “reciclarse” y evolucionar en mayor medida, ya que saben que no tienen nada garantizado.
Aunque pertenezco al grupo de artistas que en el sistema capitalista se desenvuelve sin problemas, no lo prefiero en absoluto.
Se dice que la guerra que asoló tu país y que causó tanta barbarie y destrucción en la ex-yugoslavia tuvo orígenes nacionalistas. Es sabido que el nacionalismo extremo se sirve de la mitología y de la manipulación de la tradición oral para sus fines políticos. En relación a la representación de tu obra “Opus Primum (Un Cuento de Guerra)” declaraste que, al igual que en España la obra ha sido representada en serbocroata y que este hecho no influye en el entendimiento de la misma por parte del público, si algún día pudieras representarla en Sarajevo lo harías en castellano o catalán. ¿Forma parte esta idea de alguna manera de una oposición a la instrumentalización de la palabra?
“Opus Primum” no estaba basada en la palabra sino en gestos y acciones, de modo que, es posible representarla en otro idioma, sea o no, el hablado por el entorno. Pero, a parte de esta cuestión meramente técnica, dije lo que dije de “Opus Primum” porque quise que la obra se entendiera como algo universal, no solamente como un testimonio de la guerra de los Balcanes. El peligro real reside en creer que “a mi no me puede pasar” y “Opus Primum” gritaba a los cuatro vientos: “¡Sí, a ti también! ¡A ti también puede pasarte!”. Cuando hice la obra no solamente quise dar un testimonio sino, también, advertir.
Me has hablado de que en los inicios del conflicto armado en Bosnia quisiste mantenerte al margen de cualquier postura política determinada por no sentirte identificado con ninguna de las tres fuerzas políticas existentes. Esta libre elección provocó una suerte de “apartheid artístico” hacia tu persona y tu trabajo llegando incluso al extremo de borrar tu figura como director de los programas de tu penúltimo estreno en el Teatro de Cámara: Edmund Kean. La paradoja es que tu natural inclinación a no poner tu arte al servicio de la política tuvo como consecuencia un forzoso exilio de carácter marcadamente político. Dice Augusto Boal en su libro “El Teatro del Oprimido” que “todo el teatro es necesariamente político, porque políticas son todas las actividades del ser humano y el teatro es una de ellas”.Según tu propia experiencia y con la perspectiva que da el paso de los años ¿Consideras que el creador está capacitado para liberar al conflicto dramático de todo rastro político?
Antes de nada quisiera hacer una aclaración importante. Las tres políticas prevalecientes eran nacionalistas, mejor dicho chovinistas y con ninguna de ellas simpatizaba, así que, después de darme cuenta de que mis declaraciones antibélicas y no nacionalistas en los medios de comunicación ya no surtían ningún efecto, decidí no implicarme como participante activo en el terreno, en aquella guerra civil absurda y trágica, y decidí abandonar el territorio. Mi actividad política antibélica y no nacionalista nunca dejo de sentirse ni aquí ni en las tierras de la antigua Yugoslavia. Solamente no quise ser partícipe de la barbarie.
Fundé, ya aquí en España, junto a mi esposa y actriz Ana Kurich, el Teatro de la Resistencia llamado así porque siempre creí que lo social y, por tanto, lo político es esencial e inevitable en las buenas obras teatrales. El Teatro, con T mayúscula, debería resistir y oponerse a todo lo que se considera humillante y degradante para el ser humano. Sin embargo, utilizar el teatro para fines políticos concretos y prácticos, digamos diarios, no es lo que me entusiasma. Lo que sí me enorgullece de mi Teatro es cuando consigo hablar del ser humano inmerso en los procesos políticos. Para hacer declaraciones políticas tengo las entrevistas u otros escritos, pero cuando trabajo sobre Antígona, por ejemplo, no intento defender mis posturas políticas sino hablar del sentido de la libertad del individuo durante tiempos convulsos, y esto, nada tiene que ver con mis preferencias personales para determinados tipos de política o para determinados partidos políticos.
Cuando un actor trabaja, ya sea desde el distanciamiento o desde el más puro naturalismo, a un personaje de naturaleza violenta o sometido a la violencia ejercida por otros, parte de una necesaria comprensión de los mecanismos y los talones de Aquiles de dicha cualidad natural. ¿Piensas que el actor en el contexto de un conflicto como el que se vivió en los Balcanes, cuya fuerza violenta es capaz de derribar los troncos más consistentes, tiene, por llamarlo de alguna forma el “privilegio” de llegar a una más rápida canalización de la agresividad que le permita salvaguardarse de la locura a la que está expuesto cualquier ciudadano en una situación parecida?
No creo que sea posible que a un actor le salven su tecnica interpretativa y su experiencia laboral de la violencia en la vida real. Si asi fuera, seriamos una especie de super hombres. Conoceriamos el secreto de la salvacion de la humanidad. Desgraciadamente, creo que somos igual de propicios para la barbarie como cualquier otro ser humano y que los mecanismos psicologicios que funcionan al interpretar y al vivir la vida real son tan sólo parecidos, pero no los mismos.
Tu llegada y asentamiento en este país no ha parado en absoluto tu labor creativa, es más, está resultando satisfactoriamente productiva, tanto en el campo de la dirección como en el de la dramaturgia. Para terminar con este asalto, Hadi, me gustaría que nos hablaras un poco acerca de la evolución de tu obra, tanto temática como estilísticamente desde tu exilio y establecimiento en España.
Mi currículum y el de la compañía, junto a la información sobre mis obras, su cantidad y contenido, está disponible en la web del Teatro de la Resistencia y cualquiera puede leerlos, pero lo que sí me gustaría decir es que, durante estos años, he intentado trabajar siempre guiado por la conciencia, y, aunque la vida me ha llevado a hacer algún que otro trabajo “alimenticio”, jamás he traicionado ni a mis creencias políticas ni al teatro. Siempre he tratado hacer lo mejor, aunque no puedo decir que siempre conseguí el resultado deseado. He trabajado mucho; mucho más de lo normal para los cuarenta y siete años que tengo y puedo afirmar que gracias a esto he aprendido mucho también. Sin embargo, cuanto más sé, más limitaciones me descubro. Me considero un teatrero apasionado e intento influir al mundo con lo poco que sé (o creo que sé) hacer.
Desde la revista te agradecemos tu aporte a este primer número y te deseamos un feliz desarrollo personal y artístico. ¡Gracias Hadi!