A finales del verano del 2009 tuve la oportunidad de ver en la gran pantalla de los madrileños cines Princesa la película “Anticristo” del director danés Lars von Trier. Seis meses después, un segundo visionado de la misma de parte de una servidora (ya enmarcado en los límites de las treinta y dos pulgadas) coincidió azarosamente con la lectura de un libro del sociólogo francés Georges Balandier llamado “El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales”
En un primer momento mi limitada mente no intuyó cuan relacionados podían hallarse entre sí ambos productos artísticos/culturales. Ahora me pregunto si Lars von Trier se tomó más de un café con Balandier antes de rodar su controvertida película. Y digo controvertida con todo lo bueno y lo malo que este término puede significar; bueno porque, al menos desde mi experiencia personal es un film (que si bien cae en algunos tópicos simplistas del cine de terror) resulta paradójicamente innovador en cuanto a su visible subtexto, y malo porque, también desde un criterio estrictamente personal (como no puede ser de otra forma) me siento escandalizada por el nivel de polémica originado a raíz de su proyección, tan a mi modo de ver desproporcionado que no ha hecho más que convertir una película interesante en un producto abocado a no ser considerado mas que un espectáculo superficialmente provocador.
Balandier ya contempla en su libro el reconocimiento que la ciencia ha dado al aspecto caótico de la naturaleza. Ya desde la década de los sesenta Edward Lorenz descubrió, en su llamado “fenómeno de la mariposa” que el caos constituye una parte esencial en el funcionamiento de las estructuras cósmicas. A partir del siglo veinte la teoría del caos ha devenido una más de las teorías estudiadas en profundidad por científicos, sociólogos y filósofos. Tal y como dice Balandier “en la actualidad, la naturaleza, el mundo, no son considerados bajo el aspecto de un orden en el seno del cual actúa el desorden, sino bajo el aspecto inverso: el de las turbulencias, los movimientos en apariencia erráticos”.[1]
Asimismo asegura Balandier que “es el exceso lo que indica la presencia del desorden o el riesgo de su irrupción, a un punto tal que la sucesión rápida de acontecimientos felices es considerada una ruptura del orden normal de las cosas (…)”[2]. En ese punto exacto se inicia la historia que nos cuenta el director de cine danés: una pareja en el clímax del acto sexual, ensordecida placenteramente por su disfrute se ve desbordada por un acontecimiento trágico; su hijo pequeño se levanta de la cama, se sube a la mesa y alcanza la ventana desde la que se cae y muere. El exceso lleva al acontecimiento caótico, siempre inesperado y fatal. La culpabilidad se desata y ella, la mujer, a la luz (o más bien deberíamos decir a la sombra) de las historia de las tradiciones y mitologías que han puesto en ella tanto la simiente de la creación como el foco de los desastres naturales, enferma. Y de vuelta a Balandier constatamos que habla de una cierta topología de lo femenino en el imaginario colectivo en el que la mujer se sitúa en la frontera entre lo racional y lo natural, entre la ciudad y el bosque, casi siempre en la orilla del agua, reservándose a voluntad el derecho a dar o no dar la vida mientras observa los movimientos, unas veces caóticos-cíclicos, otras caóticos-inesperados de su propio cuerpo.
Críticamente muestra Lars Von Trier la instrumentalización que desde el punto más dogmático de lo secular ha convertido a la mujer en víctima de torturas inflingidas con objeto de cargar sobre su género la incomprensión y el horror que los acontecimientos naturales ocasionaban en el género humano. La incertidumbre y confusión que despierta el eterno retorno del binomio orden-desorden vital exige la coronación de un chivo expiatorio que asuma la responsabilidad de lo inexplicable. Así; “el chivo emisario carga con el fardo de los males comunes, su sacrificio los elimina al precio de su propia vida, y por él, el grupo vuelve a fusionarse y restaura durante un tiempo la confianza en su perennidad”.[3] Es el tratamiento del desorden por medio del ritual sacrificial. El hecho de que Lars von Trier haya identificado esta figura con la de la mujer no deja de obedecer al deseo de condenar el histórico juicio sin defensa y resuelto de antemano al que se ha sometido al género femenino durante siglos. Y esto, lejos de querer ser un alegato feminista es una respuesta a la asombrosa noticia de la categorización del “Anticristo” como película puramente misógina por el, a mi juicio de absurda constitución, Jurado Ecuménico del Festival de Cannes. Suficiente sería revisar algunos de los títulos de la precedente filmografía de este mismo director: “Rompiendo las Olas”, “Los Idiotas”, “Bailando en la Oscuridad” o “Dogville” para comprobar el grado de agradecida profundidad y sensibilidad de que los personajes femeninos son dotados.
Precisamente si de algo no es honesto es acusar a esta película de manipuladora. Muy trabajada, la estética de los efectos especiales y las imágenes elaboradas digitalmente, en conjunción con la aparición real de animales crea un efecto distanciador y estilizadamente teatral por medio del cual el espectador se aleja emocionalmente de la historia y de un posible efecto catártico y autodirecciona su posición hacia una inevitable reflexión, lo cual no deja de ser un riesgo que el director elige consciente y valientemente. Ver la figura de un zorro[4], coro/trágico presagiador de la catástrofe dirigiéndose al acomodado espectador y advirtiéndole de que “el caos reina” permite el respiro de lo lúdico. Aquí volvemos a enlazar con Georges Balandier para quién “desarticular el desorden, ante la falta de capacidad de eliminarlo, es en primer lugar abordarlo por el juego, someterlo a la prueba de la burla y la risa (…). Así “las palabras y lo imaginario permiten evocar las conductas generadoras de crisis que el orden social rechaza ordinariamente, sustituir la transgresión real por la transgresión ficticia, portadora del más alto riesgo en un mundo regido por la tradición”[5]. Y el zorro avisándonos de la destrucción inminente vuelve visible tras nuestra risa la presencia del caos real. Es en la representación del desorden donde este adquiere parte de su magnitud y a fin de contrarrestar dicha fuerza se desborda a sí mismo la potencia del héroe. Un William Dafoe potencialmente dotado logra el restablecimiento del orden.
“Empero, conviene recordar que el imperio del orden es siempre inacabado; el paso del tiempo y el movimiento de las fuerzas sociales trazan sin fin los caminos del desorden”[6] Gracias a Lars von Trier por su valentía y a su inspirador; Andréi Tarkovski.
[1] Georges Balandier, “El desorden: la teoría del caos y las ciencias sociales”, Barcelona, Gedisa Editorial, 2003, p. 54 [2] Georges Balandier, “El desorden: la teoría del caos y las ciencias sociales”,, Barcelona, Gedisa Editorial, 2003, p. 33
[3][3] Estos temas-violencia, transformación de la violencia, astucia con la violencia-los ha abordado R.Girard a partir de su obra “La Violence et le Sacré” (París, Grasset, 1972) hasta en su libro “Le Bouc émissaire” (París, Grasset, 1982). Extraído por Georges Balandier, “El desorden: la teoría del caos y las ciencias sociales”, , Barcelona, Gedisa Editorial, 2003, p. 188
[4] El zorro es la figura representación del desorden necesario para el movimiento del mundo según el corpus sagrado de los Dogon, en África Occidental. Georges Balandier, “El desorden: la teoría del caos y las ciencias sociales”, Barcelona, Gedisa Editorial , 2003, p. 32
[5] Georges Balandier, “El desorden: la teoría del caos y las ciencias sociales”, Barcelona, Gedisa Editorial, 2003, pp. 110-112 [6] Georges Balandier, “El desorden: la teoría del caos y las ciencias sociales”, Barcelona, Gedisa Editorial, 2003, p. 54