El artista es un héroe, acude a la llamada de la vocación artística que puede abarcar la música, la danza, el teatro, la escritura o la pintura, entre otras artes y, todo ello para emprender un viaje incierto, cargado de éxitos y fracasos, sin saber nunca hacia qué lado se va a inclinar la balanza del destino, la suerte, el azar o sencillamente, la casualidad de estar en el lugar y el momento preciso. Un viaje fantástico y emocionante que tiene sus propios elegidos. El artista no elige si no que es la vocación la que le elige a él; ignora el por qué, pero sabe que su que hacer está en el ser, en dar y sacar la expresión más profunda de su alma al mundo. Frederich Buechner[1] ha definido la vocación como “el lugar donde la alegría profunda (del artista) satisface la necesidad profunda del mundo”.
En la pieza teatral de A. P. Chéjov La Gaviota, escrita durante el invierno de 1885, la protagonista, Nina Mijáilovna Zariéchnaia, hija de un rico terrateniente, simboliza el alma del mundo en el drama escrito y dirigido por Konstantín Tréplev, joven escritor en ciernes e hijo de la afamada actriz Irina Nikoláievna Arkadina, que se representa en el Acto I. Nina representa un espíritu simbólico que lucha por nacer, renacer o encarnarse en un alma común y universal, para expresar las distintas esencias del alma que imperan en cada uno de nosotros. “Dentro de mí están el alma de Alejandro Magno, la de César, la de Shakespeare, la de Napoleón y la de la última sanguijuela. Dentro de mi consciencia, los hombres sean fundido con los instintos de los animales, y yo lo recuerdo todo, todo, todo, y yo revivo nuevamente cada una de las vidas en sí”[2], dice Nina.
El artista tiene la responsabilidad y el compromiso de no desperdiciar ese talento de quien percibe en sí mismo ese linaje de luz divina, sublime y poderosa que es la vocación artística. La actitud que adquiere el artista ante la creación y el arte y, las diversas formas que puede tomar el mismo, son el tema central de La Gaviota; un arte que exige y obliga al artista a seguir su vocación con ardiente fe en la vida a pesar de los sufrimientos[3]. Está visión creadora es abarcada desde una perspectiva dual, con el conflicto dramático latente entre el arte nuevo y el arte viejo.
El arte nuevo será representado por Tréplev y su novia, Nina, mientras que el arte viejo o consagrado estará encarnado por Arkadina y Trigorin. Arkadina, prestigiosa actriz, frívola y egoísta, se enfrenta a su hijo Tréplev, escrito poco experimentado que pretende instaurar nuevas formas de expresión escénica. Chéjov expondrá sus zozobras como autor novel a través del personaje de Tréplev: “[Mi madre] sabe que yo no reconozco el teatro. Ella ama al teatro, le parece que sirve a la humanidad, al arte sagrado, mientras que a mi entender, el arte contemporáneo es pura rutina, es un prejuicio. Cuando se levanta el telón y, con luz artificial, en una estancia de tres paredes, estos grandes talentos, sacerdotes del arte sagrado, fingen que comen, beben, aman, caminan, visten de chaqueta; cuando se empeñan en sacar de las frases y las escenas triviales una moraleja ínfima, simplota, de andar por casa; cuando me ofrecen bajo mil variantes, siempre lo mismo, yo echo a correr, huyo igual que huía Maupassant de la Torre Eiffel porque le oprimía los sesos con su cursilería…Hacen falta [en el teatro] nuevas formas. Sí, formas nuevas; y, si no las hay, más vale que no haya nada[4]”. Sin embargo, Chéjov acabará poniendo en la boca del lozano escritor la solución más viable para una sociedad que no acepta la revolución del que hacer teatral. “Tanto como he hablado de formas nuevas, y ahora noto que caigo poco a poco en la rutina […] Nada: cada día me convenzo más de que no se trata de formas viejas ni de formas nuevas; se trata de que el hombre escriba sin pensar en formas, de que escriba porque así le sale espontáneamente del alma”[5].
Los jóvenes de ahora, sin el horror de la guerra, el hambre, o la incertidumbre de la propia existencia, evocaremos a la infancia y a la juventud como aquel maravilloso edén perdido, como el deseo eterno de retorno a Nunca Jamás. Es en esos luminosos momentos cuando la vida potencialmente se plantea en lo que uno puede llegar a ser, en llevar a cabo todos y cada uno de los sueños que se tienen en mente. En La Gaviota, Nina sueña con ser una actriz de éxito, reconocida, con fama y prestigio. La joven piensa que la suerte de las personas es muy distinta. Los unos todos parecidos, todos desgraciados, arrastran una existencia aburrida, banal, mientras que a otros, como a usted, por ejemplo –refiriéndose a Trigorin– le ha tocado una vida interesante, luminosa, llena de significado…[6] Nina, como personaje simbólico del drama chejoviano, sucumbirá ante los ademanes seductores del admirado escritor, Trigorin. Al igual que el destino de la gaviota que mata Tréplev, Nina, tal pájaro, será conquistada y, al poco tiempo, abandonada, se destruirá y llevará a la muerte al hombre que la ama, revelando la imposibilidad de toda salida. Con el paso del tiempo la sensación vertiginosa y placentera de imaginar el futuro se diluye y Nina aterriza en la realidad, valorando el que hacer en el arte y el sentido del mismo como elixir vital de su vida.
De todas las artes, será la música la que juegue un papel primordial en la vida y la producción literaria de Chéjov. La presencia de la música supondrá una segmentación de sus textos, como marca distintiva y personal. En La Gaviota se canta detrás de la escena, Tréplev interpreta un “vals melancólico”, que en el Teatro del Arte de Moscú era el Vals en la menor de Chopin. Suvorin, amigo y compañero de viaje de Chéjov, en su regreso de un viaje a Venecia afirmará: “Amaba en la naturaleza y en la vida todo lo que era vivo, conmovedor o conmovido, todo lo que tenía color, gracia o poesía…”. Enamorado de la belleza, el inicio de La Gaviota está enmarcado en un espacio de naturaleza lírica, donde todo puede ser posible, donde la ensoñación libre y bella puede explosionar en aras de la creación y la vida. En las primeras escenas los personajes deambulan con el corazón lleno de notas de música y pasos de baile, un espacio escénico embellecido de verdes y de ramas, y de luces infiltrándose a través de la naturaleza que vaticina un inminente atardecer bajo la luz de la luna. Una atmósfera de sonidos definitorios que auguran encuentros llenos de tragedia, de risa y desconcierto.
“El arte, considerado como la vocación más elevada, es y sigue siendo para nosotros una cosa del pasado. De esta forma se ha perdido para nosotros la verdad real y la vida, y ha sido transferido a nuestras ideas en lugar de mantener su necesidad en la realidad, ocupando el lugar más alto[7]”. Tal como afirma Hegel, la auténtica razón de ser de la vocación es la de conducto abierto a las grandes metas de la vida y sólo cuando la consideremos como tal, obtendrá el máximo lugar de nuestra existencia. No debemos considerarnos diferentes del mundo por tener una vocación artística, sino que debemos aprovechar la capacidad de poseer ese don excepcional, por supuesto, con trabajo duro, coraje, persistencia y tenacidad. El arte no es para los corazones débiles[8].
En una carta a la actriz O. Knipper[9], Chéjov advierte que hay que expresar los sufrimientos tal como se expresan en la vida; es decir, no con los gestos de manos o de pies, sino con una simple entonación, una mirada[10]…El trabajo fue para Chéjov el asiento y la gran virtud de la existencia, despreciaba la pereza y la apatía, para vivir como un hombre digno de este nombre, es preciso trabajar, trabajar con amor, con fe[11]. Como dijo Chéjov debemos tomar el arte en nosotros mismo, vibrar y hacerlo nuestro y no amarse a uno mismo en al arte; tomar conciencia de lo que somos, sabiendo que en este que hacer nuestro-tanto si actuamos en escena como si escribimos- lo esencial no es la gloria, no es la notoriedad, no es lo que constituye los sueños, sino que es el aguante. Debemos llevar nuestra cruz y confiar[12], por eso, parafraseando a Chéjov, os invito a no temer a la vida y a confiar plenamente en vuestra vocación, como la expresión más profunda y sincera del alma.
[1] Frederick Buechner es un escritor y teólogo americano.
[2] CHÉJOV, A. P., La Gaviota. El tío Vanía. Las tres hermanas. El jardín de los cerezos. Ediciones Cátedra, Madrid, 2007. Pág. 103. Todos los ídem posteriores pertenecen a la presente
edición.
[3] Antón Pavlovich Chéjov (Tangarog, 1860 – Badenweiler, 1904) es uno de los grandes clásicos de la literatura universal. Médico de profesión, empezó a publicar sus primeros relatos en 1880 (bajo el seudónimo de Antosha Chejonté). En 1887 escribe Ivanov, su primera pieza teatral y el comienzo de su carrera como dramaturgo, con obras tan importantes como Las tres hermanas, La gaviota, Tío Vania o El jardín de los cerezos. Enfermo durante años y tras recorrer varios sanatorios, muere en Alemania a con-secuencia de la tuberculosis.
[4] Ídem. Pág. 97.
[5] Ídem. Págs.150-151. [6] Ídem. Pág. 119.
[7] La Estética de Hegel: Lecciones sobre las Bellas Artes. Traducido por Knox TM. Oxford; The Clarendon Press, 1975.Oxford, Clarendon Press, 1975. Pág. 1. Texto original: “Art, considered in its highest vocation, is and remains for us a thing of the past. There by it has lost for us genuine truth and life, and has rather been transferred into our ideas instead of maintaining its earlier necessity in reality and occupying its higher place”.
[8] Mary Baker, pintora realista contemporánea.
[9] Olga Knipper (Glazov, 1868 – Moscú, 1959) de origen alemán, fue una de las actrices más ovacionadas de la época. Nemiróvich-Dachenko la eligió para formar parte del Teatro del Arte de Moscú, su debut se produjo con la pieza de A. C. Tolstói El zar Fiodor. Los personajes chejovianos le permitieron superarse y convertirse en uno de los principales integrantes de la compañía. Partiendo de una profunda admiración, Olga y Antón mantuvieron una relación epistolar durante años. Finalmente, dicha relación concluiría en boda.
[10] Carta de Chéjov a Olga Knipper, 2 de enero, 1900. CHÉJOV, A., y KNIPPER, O., Correspondencia (1899-1904). Páginas de espuma, Madrid, 2008. Pág. 101. [11] Carta de Chéjov a Suvorin, 7 de abril de 1897. LAFFITTE, S., Chéjov según Chéjov. Editorial Laia, Barcelona, 1972. Pág.
[12] Ídem. Pág. 154.
BIBLIOGRAFÍA
– CHÉJOV, A., La Gaviota. El tío Vanía. Las tres hermanas. El jardín de los cerezos. Ediciones Cátedra, Madrid, 2007.
– GINZBURG, N., Antón Chéjov. Acantilado, Barcelona, 2006. Traducción de Celia Filipetto.
– HAUSER, A., Historia Social de la Literatura y el Arte. Tomo 3. Ed. De Bolsillo, Barcelona, 2004.
– KNOX T.M., La Estética de Hegel: Lecciones sobre las Bellas Artes. Oxford; The Clarendon Press, Clarendon Press, Oxford, 1975. 10. – LAFFITTE, S., Chéjov según Chéjov. Editorial Laia, Barcelona, 1972.
– MALCOLM J., Leyendo a Chéjov, Alba, Barcelona, 2004.
– NÉMIROVSKY, I., La vida de Chéjov. Noguer Ediciones, Barcelona, 1991. – SALGADO GÓMEZ, E., Chéjov, el médico escritor, Barcelona, 1968.