Fundación de la Danza "Alicia Alonso" ISSN-e: 1989-9017
Fundación de la Danza "Alicia Alonso" ISSN-e: 1989-9017

EL ARTE DEL SÍ MISMO EN PLATÓN

Hemos visto que la noción de ocupación de sí mismo o cultivo de sí ocupa un lugar singular dentro del sistema filosófico nietzscheano. En este concepto, a primera vista, podemos encontrar una herencia que el filósofo toma tanto de la antigüedad clásica como de otras teorías que lo anteceden, en las cuales el cuidado de sí ocupo un rol primordial.

Sin embargo, esto genera una enorme cantidad de preguntas si tenemos en cuenta que Nietzsche ha generado una ruptura, explícita e intencionada, con gran parte de la tradición filosófica que lo precede.

¿De qué modo entonces el autor retoma este concepto, que ha sido creado y utilizado por aquella tradición que él mismo desdeña y que desea subvertir? ¿Cuál es la reapropiación que Nietzsche realiza de la noción de cultivo de sí, y hasta qué punto puede vincularse con aquellos filósofos que previamente trabajaron este concepto?

En la introducción a nuestro trabajo hemos realizado una primera aproximación al concepto, observando a simple vista algunas determinaciones singulares. En primer lugar, la noción de cultivo de sí que maneja Nietzsche se encuentra indisolublemente vinculada con el arte. Como primera caracterización, esto nos alerta contra la posibilidad de establecer un vínculo directo entre la noción nietzscheana de cultivo de sí y la tradición platónica, en la medida en que Platón se ha manifestado explícitamente en República en contra de los poetas y otros artistas.

En segundo lugar, hemos visto que a partir de la vinculación con el arte Nietzsche desplaza el concepto de cultivo de sí, ejecutado sobre las propias debilidades y fuerzas, del terreno moral al estético. Esto constituye una segunda ruptura que nos obliga a repensar las relaciones con la tradición filosófica antecedente.

Por último, hemos visto que la noción de ocupación de sí mismo elaborada por Nietzsche plantea la identidad entre artista y obra de arte, diluyendo la dualidad entre sujeto y objeto que ha caracterizado a la filosofía moderna.

Esto quiere decir, entonces, que la reapropiación nietzscheana de la noción de cuidado de sí u ocupación de sí mismo es, al menos, controversial, en la medida en que no retoma la tradición de manera obediente, sino que opera sobre ella una cierta violencia filosófica, desplazándola de su eje y creando un nuevo concepto a partir de su propio sistema ético y metafísico.

Es por eso que antes de abordar cualquier análisis específico acerca del cultivo de sí como obra de arte en la filosofía nietzscheana, consideramos necesario realizar un breve repaso por las nociones de cuidado de sí u ocupación de sí mismo que han elaborado las distintas corrientes filosóficas precedentes, desde la antigüedad hasta la modernidad.

Creemos que a partir de una reseña de aquello que han concebido como cuidado de sí algunas corrientes de la tradición filosófica, y una vinculación de dichas nociones con la obra de Nietzsche, será posible plantear las herencias, influencias y rupturas que éste filósofo ha generado con la filosofía que lo precede, para definir luego su propia concepción del cultivo de sí como obra de arte.

II. 1. La Grecia clásica.

II. 1. a. Platón, la doctrina socrática y la teoría de las ideas.
Posiblemente, el primer filósofo en exponer específicamente la cuestión del cuidado de sí como una preocupación ética y filosófica central, ha sido Platón, a partir del legado de la doctrina

socrática.

En el diálogo platónico Apología de Sócrates[1], Platón elabora su propia versión del proceso judicial al que es sometido su maestro antes de morir. En esta obra, la palabra de Sócrates aparece en primera persona (como en la mayoría de los diálogos platónicos), realizando su propia defensa ante las acusaciones de los atenienses que lo llevarán a la muerte. Es en este contexto en el cual se manifiesta de manera más acabada la teoría socrática del cuidado de sí.

” Yo, atenienses, os aprecio y os quiero, pero voy a obedecer al Dios más que a vosotros y, mientras aliente y sea capaz, es seguro que no dejaré de filosofar, de exhortaros y de hacer manifestaciones al que de vosotros vaya encontrando, diciéndole lo que acostumbro: mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, no te vergüenzas de preocuparte de como tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y en cambio no te preocupa interesarte por la inteligencia, la verdad, por cómo tu alma va a ser lo mejor posible (…) En efecto, voy por todas partes sin hacer otra cosa que intentar persuadiros, a jóvenes y viejos, a no ocuparos ni de los cuerpos ni de los bienes antes que del alma ni, con tanto afán, a fin de que ésta sea lo mejor posible”[2].

La importancia de está doctrina resulta absolutamente evidente en este diálogo. Aún ante el peligro inminente de su propia muerte Sócrates decide defender -sin ocultar ni minimizar- aquello que él considera la tarea de todo hombre: ocuparse de sí, y persuadir a los demás hombres para que hagan lo mismo.

En palabras de Foucault, Sócrates se presenta a sus jueces en este diálogo como el maestro de la inquietud de sí: “el dios lo ha comisionado para recordar a los hombres que les es preciso preocuparse, no de sus riquezas, no de su honor, sino de sí mismos y de sus almas”[3].

Ahora bien, cuando se trata llenar de contenido la doctrina socrática del cuidado de sí, puede observarse a primera vista que lo que se esconde tras la exhortación socrática dista mucho de aquello que es elaborado por Nietzsche en su propia concepción del cultivo de sí. En efecto, casi podría decirse que la concepción nietzscheana del cultivo de sí a partir del arte es completamente antagónica a la doctrina socrática.

En primer lugar, Sócrates exhorta a los atenienses a despreocuparse por los asuntos cotidianos. Así, el hecho de que Sócrates considere que quienes se encuentran en mejores condiciones para esta labor son los hijos de las familias ricas, no refiere tanto al establecimiento de una jerarquía aristocrática (debe recordarse que Atenas era una ciudad democrática, y que todos los ciudadanos eran considerados iguales, esto si se deja de lado a los esclavos, a quienes se los consideraba explícitamente infra-humanos), sino más bien a que estos jóvenes estaban en condiciones de despreocuparse de su cotidianeidad. Si la tarea principal de todo hombre consiste según está doctrina en prestarse atención a sí mismo, para ocuparse de sí, la posibilidad de contar con tiempo libre y ocioso se volvía un requisito necesario e imprescindible.

Bien pareciera que el filósofo no tiene mejor tarea que hacer, mejor empresa a la cual dedicar su tiempo, que la de ocuparse de sí mismo y empeñarse en perfeccionarse en la virtud. En efecto, el perfil que Sócrates dibuja de aquel que se ocupa de sí mismo, es el de quien escucha “su voz interior”, la cual le impele a “desviarse” de las tareas comunes y corrientes, descuidando sus asuntos para ocuparse de su propia virtud, con tiempo libre para dedicarse en exclusiva a sí mismo, para trabajar sobre sí mismo, o bien exhortar a los semejantes a abandonar toda tarea que no sea la de ocuparse de sí mismo.

Este primer elemento de la doctrina socrática, la despreocupación hacia los asuntos cotidianos, es visto por Nietzsche como una de las tantas formas en las que se manifiesta el rechazo a la vida, propio de la tradición filosófica que lo antecede y con la que él espera romper. Pero para poder comprender esto en toda su magnitud, es preciso previamente desarrollar la base de la ontología platónica, es decir, la teoría de las ideas.

En efecto, no es la noción de cuidado de sí lo que Nietzsche impugna, sino la doctrina moral que se esconde tras los postulados socráticos, así como la tradición metafísica que se inicia con Platón separando la realidad sensible, fenoménica, del mundo de las ideas, donde se encontrarían las esencias que no son inteligibles a nuestros sentidos.

Desarrollemos esto con mayor profundidad. Frente a la doctrina de Heráclito, uno de los pocos filósofos admirados por Nietzsche, que sostiene la inestabilidad y el constante devenir de la realidad, Sócrates desarrolló su propia teoría: a la incapacidad de las sensaciones para darnos algo más que opiniones mudables -carentes de un criterio de verdad o de certeza- oponía la capacidad de los conceptos para darnos una ciencia firme y segura de las esencias universales.

Platón deduce de esta teoría del conocimiento su teoría del ser: aquello que corresponde a la falaz opinión sensible es mera apariencia ilusoria, mero fenómeno, y la verdadera realidad es lo que corresponde al conocimiento verdadero, es decir, las esencias, tipos universales o ideas. He aquí la base del idealismo platónico, que convierte la antítesis entre los fenómenos y las sustancias en dualismo o separación de dos mundos: las ideas constituyen el mundo eterno de la realidad, mundo de las sustancias, separado del mundo de las cosas. Y los filósofos deben tratar de llegar hasta él, tal como trataba Sócrates por medio de la inducción y la definición, a fin de lograr el verdadero conocimiento.

“Las ideas son los tipos eternos sobre curso modelo el creador ha formado las cosas: tipos respecto a los cuales platón nos deja en la incertidumbre sobre sí debemos entenderlos como pensamiento de la mente divina o entes que existen fuera de ella, pero de los cuales declara que las cosas son meras imitaciones.”[4]

Ahora bien, para comprender hasta qué punto la ontología platónica define el modo en que debe entenderse la doctrina socrática del cuidado de sí, es preciso analizar el diálogo titulado Alcibíades[5], en el cual Sócrates afronta directamente que es lo que entiende por sí mismo, por uno mismo, cuál es el objeto de ese cuidado por el que merece la pena renunciar a cualquier otra preocupación.

Básicamente, la figura del uno mismo a la que se refiere Platón en boca de Sócrates, es el alma. Son numerosas las exhortaciones en las que el sí mismo se identifica profundamente con el alma: es mi alma quien habla contigo, es tu alma a quien me dirijo cuando expreso mi amor, quien te ama a ti mismo es quien ama tu alma. Y este alma particular que constituye el sí mismo de cada hombre, es al mismo tiempo la Verdad. El alma es la verdad definitiva y eterna del hombre.

La doctrina socrática del cuidado de sí, entonces, exhorta a los hombres a cuidar de su propia alma particularizada, ocuparse de sí mismos para acceder así a la verdad y, en definitiva, superar la corporalidad y proceder a la contemplación beatífica del mundo de las ideas.

[1] PLATON. Apología de Sócrates. España: Espasa Calpe, 1974.

[2] Ibid. 29c-30c.

[3] FOUCAULT, M. Historia de la sexualidad III. La inquietud de sí. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2004. P. 43.

[4] MONDOLFO, RODOLFO. Breve historia del pensamiento antiguo. Editorial Losada, Buenos Aires, 1953. P. 27.

[5] PLATON. Alcibíades. Madrid: Gredos, 1973.

 

Carlos Roldan
About the author

Dr en Filosofía. Universidad Rey Juan Carlos.

Leave a Reply