Fundación de la Danza "Alicia Alonso" ISSN-e: 1989-9017
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EL ARTE Y EL ARTISTA: ESPEJOS FILOSÓFICOS

Pensaba presentar una coreografía tratando de diferenciar los momentos del hombre para llegar a ser un superhombre, según Nietzsche. Una bailaora que se sintiese oprimida, luchara contra su propio nihilismo y festejara vencedora como un niño.

Luego pensé que sería mejor y más interesante ponerle algo de teatro a la representación, agregando un par de palabras y algunos elementos. Entonces, ya no veía a la bailaora Nietzscheana, sino que de pronto, en mi propia imaginación, empezaba a quitarse elementos para decirme otra cosa. En ese momento deje de pensar en Nietzsche, y fue Grotowski quien vino a mi mente, con su teatro laboratorio.

La idea se clarificó al instante en mi cabeza, poniéndole más objetos y accesorios a la bailaora. Peineta, flor, mantón, bata de cola, castañuelas, zarcillos, maquillaje, todo lo que la gente piensa cuando escuchan la palabra “flamenco”. Ella bailaría, debajo de todo ese ropaje y expresando su inconformidad, iría despojándose de todo aquello que tenia “de más”, para así expresarse de manera honesta, y que el público pudiese verla en cuerpo y alma, en un acto de entrega total a su arte.

Pensé en acompañarla de otras bailaoras, para que al final se creara un contraste evidente entre ellas, más parecidas a las muñecas de lo suvenires y la bailaora Grotowskiana, “desnuda” y bailando desde su esencia más pura. Allí, tal vez, cabría un texto, una reflexión, un poema que hiciese alusión a lo que sentía y lo que todo aquello representaba.

Y me pregunte por qué, si ya estábamos en lo esencial, por qué no despojar todo esto de la escena, de la bailaora, de las luces, los vestuarios, los maquillajes y peinados, y presentar lo que esto es en esencia con aquello que me es más cercano y autentico: la palabra escrita.

Es curioso, que antes de empezar a escribir, he tenido que buscar el rincón tranquilo de mi habitación, esperar a que llegase la noche con su tranquilidad, quitarme el maquillaje y hasta el esmalte de las uñas, porque solo así, desde lo más esencial, tendría la valentía de acercarme a Jerzy Grotowski.

Tomemos como punto de partida un silencio profundo, ese donde más que la calma, se generan ideas, pensamientos, creaciones. Un silencio productivo y fructífero, prometedor para las artes y los artistas.

De pronto, el silencio empieza a levantarse, como un susurro que se convierte en voz, en increscendo. Pero todavía no habla, es un suspiro que se anida en el alma del artista, del filósofo. Este se agita y siente que en su pecho vibra algo que debe traducir en palabras concretas. Los latidos del corazón se aceleran, las mejillas se enrojecen y el pensamiento, finalmente se enciende. Ha despertado la voz que a sus oídos les dice en secreto qué escribir y en qué momento.

No es seguro que fuese una voz la inspiración de Grotowski, pero sin duda fue su movimiento y su interacción con otros actores… simplemente con otros. Así, descubrió que todo contacto genera una comunicación en esencia distinta, aunque mantenga la misma intención, que el mundo gira en torno al movimiento y a las acciones, que la actuación es mucho más que recitar un texto. Mucho mas allá de eso, actuar es entregarse desde la mayor autenticidad de la interpretación.

Es bien sabido que Grotowski decía que el actor debía tener una educación como un bailarín clásico, iniciándose desde muy joven para dominar la técnica y luego simplemente actuar como profesional, no emulando gestos, sino dándole sentido, intención y vida a las palabras escritas por otros actores.

Desarrolló sus “resonadores naturales”, haciendo, o pretendiendo, que su voz vibrase por todo su cuerpo y controlando en qué parte específica debía resonar, según lo que pidiese un personaje y una escena.

Dijo cosas como: “Si queréis conseguir una verdadera obra maestra, debéis prescindir siempre de las mentiras bonitas” porque sostenía que el actor existía para decir la verdad. “Tratad siempre de mostrar al espectador el lado desconocido de las cosas”, haciendo énfasis en que el actor debe buscar siempre la verdad real y no la concepción popular de la verdad.

Para ello propuso emplear experiencias reales, concretas e íntimas. Según Grotowski, esta era la única manera de lograr la autenticidad. Y es aquí el punto en el que Grotowski lleva a cabo una tarea platónica dentro de su trabajo… entre otros trasvases.

Para lograr la autenticidad, según Grotowski, el actor debe conocerse a sí mismo en profundidad, debe descubrirse y tender más hacia lo personal y, de esta manera, actuar siempre con autenticidad. Desde un punto de vista platónico, el actor estaría ocupándose de sí mismo, trabajando arduamente para perfeccionar y profesionalizarse, haciendo de sí mismo una obra de arte.

El éxito para Grotowski, estaba en ser un mejor actor, tarea que se aleja del mundo establecido como “normal”, donde el individuo trabaja ocho horas al día en una empresa determinada, por un salario establecido. Él iba más allá, y se ocupaba, en términos platónicos, de su propia alma.

Para él, ser honesto en el teatro, de cara al público era considerado como un acto de moralidad, pues así expresaba en su trabajo toda la verdad. Esto es lo que distinguía al arte verdaderamente grande. Si Platón hubiese compartido un café con Grotowski, hubiese considerado que su actuación era bella… aunque para el actor, la verdad no siempre es bella. De hecho, casi nunca es bella y es poco acogida por el público general. Solo unos pocos resisten la verdad y para ellos es para quienes trabaja el actor.

Grotowski dice:

“Al público no le gusta que lo agobien con problemas… este es pues, problema. Pero después, paso a paso, el mismo público empieza a comprobar que serán estos mismos artistas, estos artistas sin duda peculiares los que no podrá olvidar. Y este es el momento en que podréis decir que habéis alcanzado la gloria” (1970).

Y al mismo tiempo advierte:

“En este momento se abren dos posibilidades. O bien os parece que esta posición social es muy importante para vosotros, lo que significa que habéis congelado toda posibilidad de desarrollo ulterior. Muy pronto temeréis perder vuestro puesto y, en consecuencia, diréis tan solo las mismas cosas que digan los demás. O, por el contrario, os sentís libres, como verdaderos artistas”.

Con estas reflexiones, sin embargo, Grotowski pudiese darse la mano con Nietzsche, más que compartir espacio con Platón, porque considera que el artista no está para complacer sino para crear y expresar las verdades que le rodean.

En este sentido, Grotowski no trabajaba para ser aclamado ni aplaudido. Esto lo considero como servidumbre. Estaba consciente de que los grandes trabajos generaban conflicto, y esto es precisamente lo que defiende Nietzche cuando dice que el artista es quien puede hacer evolucionar al mundo a través de la creación. No se trata de crear por crear, sino de reinventarse la realidad como se inventó la religión, la política, la guerra. El mundo es un acto de creación y en él los artistas tienen una gran labor. Desde este punto de vista, Grotowski es un creador.

Y es un creador tan profundo y tan radical sobre la honestidad, que algunos pueden considerarle como un “bicho raro”, alejado de las normas establecidas socialmente. En ese caso, Fuocoult giraría su vista en dirección a este artista distinto, que podría ser el artífice de una nueva manera de resistencia del poder. Si bien existe dentro de un espacio aceptado socialmente, que es el teatro, sus ideas están rayando en algo peligroso para el poder, porque desde el escenario busca la autenticidad y el despertar del público, de la manera más honesta posible.

Frases como “muchas veces, el artista debe estar totalmente exhausto para vencer la resistencia de la inteligencia y empezar a actuar, con verdad”, refiriéndose a cómo apagar los pensamientos racionales, creando el silencio de la mente necesario para revelar el manantial íntimo al espectador, rozan con la yema de los dedos algunas ideas foucoultianas, si estamos conscientes de lo revolucionarias de las ideas de Grotowski y de cómo estas lo alejan de lo preestablecido socialmente.

Foucoult pudiese asentir con la cabeza mientras escuchase a Grotowski decir:

“El teatro solo tiene un sentido: empujarnos a trascender nuestra visión estereotipada, nuestros sentimientos convencionales, nuestros hábitos, nuestros baremos convencionales de juicio – no por el hecho de destruir todo esto, sino principalmente para que podamos experimentar lo real y, tras prescindir de nuestras cotidianas huidas, nuestros cotidianos fingimientos, en un estado de total desvalimiento, quitarnos los velos, darnos, descubrirnos a nosotros mismos”.

Más atrás, en alguna butaca, Barush Spinoza pensaría que está viendo a un artista que trabaja arduamente para encontrar dirigirse hacia su clinamen. Vería en Grotowski un cuerpo que se sale de convencionalismos y busca su propio camino. Tal vez a Spinoza le hubiese encantado sentarse un rato a conversar con Grotowski para que le explicase con mayor detenimiento que quiere decir cuando afirma:

“El arte no puede estar sujeto a las leyes de la moralidad común ni a especie alguna de catecismo. El actor, al menos en parte, es creador, modelo y creación sintetizados en una sola persona”.

Al escuchar esto, contestaría Spinoza que esas morales universales son gigantescos aparatos de captura, porque tratan de dar a los diferentes cuerpos, lo mismo. Cuando, muy por el contrario, cada cuerpo tiene su estado de “felicidad” y debe procurársela con la “individualidad” que amerita.

Y al finalizar la conversación, podemos imaginar cómo el entendimiento entre ambos crece cuando, para ambos, la libertad humana es el primer paso hacia la beatitud y la creación más honesta e individual es la mejor manera de trascendernos de nosotros mismos.

Pero en medio de toda esta conversación, aparecería Nietzsche nuevamente, y diría “Jerzy Grotowski, eres un filosofo artista”. Si lo vemos bajo este prisma, indudablemente, Grotowski bailó con sus pensamientos y con su arte. Creó nuevas reglas en el juego de la actuación, y de alguna manera reinventó conceptos importantes dentro de las artes escénicas. Además, desarrolló una teoría de manera concienzuda y metódica, reflexionando sobre temas relevantes desde el punto de vista actoral, tocando, tal vez de manera inconsciente, temas universales.

Pero más allá de la genialidad de uno o de otro personaje citado en este ensayo, que no pretende ser más que una reflexión muy individual, es increíble identificar aquello que los une.

Pensando detenidamente, es posible afirmar que existe un momento de encuentro, un espacio en el que el pensamiento de estos filósofos coinciden. Imaginemos por un instante que estamos en una sala de teatro y que es Grotowski quien dirige el ensayo, pidiendo que cada uno exprese la palabra “creación” desde lo más intimo de su ser y con la mayor honestidad. Sade se va de la sala para cumplir con su principal ley, su propio cuerpo; Foucoult siente que, de alguna manera, su director es un bicho raro, distinto a los demás y por eso se queda en la sala, pero sigue atento a no transformar aquello en una nueva forma del poder en vez de una resistencia al mismo; Nietsche piensa que no le importaría que esto fuese una nueva forma del poder, porque cree que, de ser así, solo habrá que seguir bailando con los pensamientos hasta inventarse un nuevo orden, un nuevo juego con otras reglas; Spinoza también está en la sala, disfrutando de este encuentro feliz, que definitivamente lo acercan a su clinamen; Platón se siente también satisfecho porque esta cultivándose a sí mismo, que es lo mismo que cuidar de su alma; y Grotowski siente que este contacto con sus compañeros es un verdadero acto de entrega.

Todos, de alguna manera u otra buscan y disfrutan de este punto de encuentro, allí, en la sala de ensayo, en el escenario. Todos miran al arte como una salida, una manera real y contundente de vivir la realidad y a la vez reinventarla.

Con más o menos palabras, estos pensadores consideran que el arte y el artista son una salida, una evolución, siempre y cuando exista en ellos una manera de cultivar el alma; siempre y cuando sea el punto de partida hacia una nueva forma de resistencia del poder; siempre y cuando sea una invitación constante hacia el movimiento y la vida y no al reposo y la muerte; siempre y cuando el arte invite al baile del pensamiento y no al estancamiento; siempre y cuando el arte… siempre y cuando el artista parta de sí mismo y sea honesto.

Ahora, imaginemos que el ensayo finaliza y haciendo un gran círculo, cada uno dice su nombre y al final gritan al unísono: “Mierda”, como es la tradición teatral. Luego se van y cada uno vuelve a sus labores, a su ritmo, pero conservan una pequeña afinidad entre sí. Por un instante se reflejaron los unos a los otros a través del arte.

El arte funcionó como un espejo para ellos y para su tiempo. Fueron auténticos, estuvieron conscientes de la existencia del otro, en el que se reflejaron y se reconocieron como seres distintos con solo una cosa en común: la individualidad, la universalidad de lo subjetivo y de sus propias creaciones. Sócrates una vez dijo: “conócete a ti mismo”, porque tal vez esta sea la única manera de conocer al resto de la humanidad, siendo uno mismo un espejo de todo aquello. Solo así es posible observar la realidad con los ojos del filósofo, pensador e intérprete de realidades. Solo así es posible evolucionar y comunicarse con honestidad. Solo así se es artista y el trabajo se convierte algo auténtico y transformador.

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